Esta mañana me desperté a las 7:00, aunque no teníamos que estar en la iglesia hasta las 9:30. A pesar de que mi cuerpo ya se acostumbró al horario de despertarse temprano a las 5:30 en los días laborales, hoy tenía ganas de quedarme en cama hasta más tardar. El desayuno consistió de un desayuno continental (cereal, avena, fruta, leche, jugos naturales, etc.), e incluía pan de campo o pan vaquero que nos habían dado nuestros anfitriones anoche.
Brianne Brenneman, nuestra profesora, tiene relaciones amistosas con algunas personas de la congregación de la iglesia Menonita del Cordero, una iglesia menonita en Brownsville. Isela, quien lleva una bonita relación con Brianne, amablemente nos invitó a su iglesia hoy. Nosotros, junto con tres de los voluntarios de MDS (Mennonite Disaster Service o el Servicio Menonita de Desastres), asistimos a misa y, después, la congregación nos sorprendió con una comida preparada para nosotros. Su generosidad no se detuvo allí: Isela y su esposo, Albert, planearon toda una tarde de juegos para nosotros y su grupo de jóvenes.
La congregación de la iglesia Menonita del Cordero fue increíblemente amable y generosa. Durante la misa, cada uno de nosotros nos paramos y nos presentamos. Después me impresionó la cantidad de personas que recordó cada uno de nuestros nombres. La gente de la iglesia nos hizo sentir como en casa.
Tal como lo experimentamos anoche en la cabaña al lado del río, las personas en esta área son unos anfitriones maravillosos. Toda la iglesia se unió para asegurarse de que tuviéramos una tarde maravillosa. Nuestro almuerzo consistió en arroz, tostadas preparadas, limonada natural, flan y helado, sin mencionar la mesa llena de dulces mexicanos que también nos ofrecieron. Después, ayudamos a sacar las sillas y mesas al patio. Algunos miembros de la congregación, incluyendo los jóvenes, se unieron a nosotros ya que se había rentado un gran tobogán de agua inflable. Nos pasamos las horas jugando juegos de mesa, resbalandonos en la resbaladilla de agua con los niños de la congregación y socializando con los miembros de la iglesia menonita. Además nos ofrecieron más comida, consistiendo en paletas heladas, mangos frescos y sandía recién cortada.
Cuando estábamos listos para regresarnos a la iglesia metodista donde nos hospedamos en Weslaco, Isela y Albert sugirieron que nos desviemos para ver la frontera y el muro fronterizo. Nos llevaron a un parque donde pudimos acercarnos al muro fronterizo que se construyó hace 7 años. Fue un poco inquietante ver cuán alto era y el alambre de púas que se había añadido en el otro lado del muro. Parecía muy imponente al ser comparado con el área natural silvestre al otro lado del muro. La pared de acero estaba mucho más oxidada de lo que esperaba.
Desde este parque, caminamos a lo largo de media cuadra para ver dos puentes que cruzaban el río Grande, el puente Brownsville-Matamoros y el puente Gateway. Había mucha seguridad en los puentes incluyendo una oficina de aduanas en cada uno. Ambos puentes permiten que el tráfico peatonal y vehicular cruce hacia y desde México, y había una buena cantidad de personas yendo y viniendo.
Lo que más me llamó la atención fue la gran cantidad de metal y paredes por todas partes. No parecía particularmente acogedor. Esto fue interesante para mí porque parece contrastar con la bienvenida que te da la gente de aquí. Si tan solo el gobierno tuviera la misma mentalidad que tiene la gente local que hemos llegado a conocer, sinceramente las cosas serían diferentes.
En el camino de regreso a nuestro hogar temporal en Weslaco, la mayoría de nosotros dormía o nos encontrábamos escuchando música. Esto es bastante común en nuestro viaje diario a la Posada. Después de haber regresado a la iglesia metodista, el grupo de estudiantes que le tocaba cocinar preparó baleadas hondureñas, plátanos fritos salvadoreños y un arroz puertorriqueño. ¡Al final fue un día lleno de comida riquísima!
-Josie Strader, Goshen College clase del ‘22, especialidad en ciencias ambientales